viernes

Cap.15 Amigas

Conchi y yo estuvimos hablando en el colchón.

- Tía, vaya morro tiene la Ana, está solo con el Sergio y después si le decimos algo se queja, ¡pues si esta con el Raúl todavía! Le está poniendo unos cuernos… - Conchi tenía razón, Ana estaba con Raúl, un amigo nuestro que en esos momentos era el nuevo “mas que novio, complemento” de Ana. Ella ayer nos había asegurado que le quería. Ya. Fijo.

- Yo se lo voy a decir a la Ana, que como no se lo diga ella se lo cuento yo, a mi me da igual, encima de todo lo que le esta haciendo no se va a ir tan feliz.

- Lo que más me jode es que no se merece al Sergio.

- ¿y nosotras sí?

- Nosotras tampoco, pero más que ella sí.

La verdad es que Ana no había hecho muchos logros para merecerlo. Le había dejado ir, le había puesto los cuernos, le había dicho de todo, y aun si míralos… No parecía muy justo.

- Es que antes estaba igual, más que abrazando a Sergio, me da mucha rabia porque no es su novio.

- Pero acabarán juntos otra vez.

Pronuncié lo que nosotras deseábamos que no pasara y a la vez que sí. No queríamos que estuviera con ella porque lo íbamos a sufrir. Y a la vez era nuestra amiga y queríamos que fuera feliz.

- No le podemos decir que no salga con él tampoco, porque no estaríamos siendo buenas amigas.

Conchi asintió. Pensaba como yo. Todo esto lo hablamos en una voz tan baja que Ana y Sergio, con su colchón al lado, no se enteraban de nada. Menos mal.

Me estuvo rondando por la cabeza bastante rato. Ana, después de todo lo que le había hecho a Sergio, estaba allí, con él, tumbada a su lado y disfrutándolo. Y nosotras, bueno la verdad, en ese momento pensé yo, no nosotras. Y yo, que le había ayudado todo lo que podía, que había hecho de su mejor amiga, que le había contado todo y el a mí y que no le había fallado nunca, estaba aquí, en el colchón de al lado, con mi mejor amiga, que se sentía como yo.

¿Vosotros lo veis justo? Os lo digo de verdad, poneros en mi lugar e intentar sentir lo que yo siento. Bueno mejor no, no quiero desearle este mal a nadie.

Dicen que lo peor del mundo es amar y no ser amado. Bueno, también se puede amar y ver como tu amado se tira a otra en tu cara. Y también se puede que esa otra sea una de tus mejores amigas, y por eso te tengas que aguantar.

Pero yo no le quiero fallar a Ana. Ella no me lo haría a mi. Y si tiene la oportunidad para estar con el mejor chico del mundo y lo duda, mi deber es animarla.

Intentaré dejar al lado mis pensamientos, y si veo que me desbordo hablaré con Conchi, que es como la voz de mi cabeza con la que charlo a veces por las noches, siempre está de acuerdo conmigo.

Cap.14 Tiembla

Oye, este está respirando más rápido.

Era un comentario un poco estúpido porque todas nos estábamos dando cuenta de que sí, respiraba más rápido. Y además el corazón parecía que se le iba a salir por la boca.

- ¿Es cosa mía, o le tiembla la pierna?

¡Joder que sí que le tiembla!

- Ostia es verdad.

- A saber que esta soñando.

- Pues a mí, con el corazón a tope, respirando más rápido y que tiemble, me suena a pesadilla.

Mal royo en el ambiente. Después de todas las historias de miedo de antes, ahora esto.

Pi.

¿Qué mierda es eso?

- ¿Qué ha sido el pitido?

- No lo sé

Tres pares de ojos fueron a parar a ese estúpido frigorífico para botellas de vino que Ana tenía en su salón. Había una luz azul, que era lo grados a los que estaba el frigorífico. Ponía 12. Las tres estábamos seguras y nos acordábamos perfectamente que estaba a 16. Y también nos acordábamos perfectamente de que la pantalla para cambiar los grados de ese aparato era táctil.

- Joder tías, primero que se le mueve la pierna y está nervioso y ahora cambia eso que es táctil. Vamos a despertarle – dijo Conchi.

En realidad despertarle no era una mala idea, pero se le veía tan mono durmiendo… Era un espectáculo que no queríamos terminar.

- Pero es que da cosa despertarlo. – Ana pensaba lo mismo que yo.

- ¿Y que hacemos? Lo dejamos que duerma aunque puede ser que tenga una pesadilla mientras nosotras estamos cagadas aquí?

Buen argumento. Lo despertamos.

Le quitamos el brazo de encima de la cara para verle, estaba hermoso, nos quedamos un rato hipnotizadas hasta que nos acordamos de la situación. Le cogí de la cara y fui diciendo “Sergio, despierta” a dúo con Ana, que le cogía el brazo.

Sergio se despertó y empezó a quejarse ( se ve que no era de los que se despiertan de buen humor).

Se lo explicamos todo en versión fast (o sea, rápida) y él, todavía medio dormido, nos dijo que nos fuéramos a dormir ya, y que le dejáramos a él también.

Esta vez le hicimos caso, porque estábamos muy cansadas, ya eran las 7 de la mañana y no habíamos pegado ojo.

Conchi y yo nos fuimos a un colchón hinchable y dejamos a Ana a solas con Sergio en otro. No nos gustaba la idea, ¿pero qué querías que hiciéramos?

miércoles

Cap.13 La verdad


Después de varios cambios de posición que Sergio nos obligó a hacer porque Ana se quejaba, acabamos tumbados en el colchón hinchable, a lo ancho. Ana se había abrazado a Sergio y había apoyado su cabeza en él. Yo simplemente estaba tumbada al otro lado, con una mano en la tableta, ya que Sergio estaba boca arriba. Conchi se tumbó en el sofá que estaba encima de nuestras cabezas.

Al principio empezamos a hablar con Sergio, pero este no hacía más que decir que tenía sueño, que durmiéramos todo ya. Al final le convencimos de que se durmiera de una vez. Nosotras seguimos despiertas.

Después de un rato corroborando que Sergio estaba dormido, nos pusimos a hablar.

- Ana, no vuelvas con Sergio todavía – solté yo. Y esa noche estaba sincera, solo decía la verdad. – Déjale que este más tiempo soltero que así se deja hacer.

- Eso es verdad, esta muy raro, no se queja ni nada con todo lo que le hacemos – dijo Conchi.

- Creo que es que ya está harto de nosotras y le da igual.

- Puede ser.

Silencio. La tres mirábamos a Sergio dormir. Estaba hermoso. Yo seguía con la mano en sus abdominales. Me concentré en como respiraba. Estaba vivo. Me encantaba estar así. Le quería.

- Ana, como este chico no vas a encontrar ninguno, y cada chica que le conoce se enamora de él. Has tenido suerte, él te quiere a ti. No lo dejes, te está dando otra oportunidad – dije lo que todas pensábamos.

Invité a Ana y a Conchi a apoyar la mano para que lo sintieran respirar. Pusimos la otra mano en el pecho, notando su corazón. Estuvimos un rato en silencio. Después dije una frase sin pensar, pero que al momento me di cuenta de la razón que tenía. Y ellas también

- Os dais cuenta, estamos aquí las tres, calladas para que no se despierte, escuchándole respirar, sintiéndole el corazón… Os dais cuenta de que ahora, Sergio es lo más importante de esta habitación…

Asintieron en silencio. Yo ya sabía la razón que tenía. Al rato seguimos hablando. Diciéndole a Ana que no le dejara pasar y poniéndolo en un pedestal de cumplidos, que bien se los merecía.

Allí estábamos las tres. Imaginaros el panorama. Tres amigas, alrededor de un chico. El chico de sus tres vidas. Mirándole con todo el amor que sentían. Sintiendo como respiraba y le latía el corazón. Escuchándole respirar. Viéndole en su momento más indefenso. Estaba totalmente hermoso e inocente. Y durmiendo. Sin darse cuenta de todas las declaraciones que habían hecho delante suya. Ojalá hubiera estado despierto. Ojalá nos hubiera escuchado.

Entonces pasó algo muy raro.

martes

Cap.12 Miedo

Ya eran las 4 y media. Conchi y yo nos estábamos cayendo de sueño. Ana seguía con el portátil, ya que después del juego vio luz verde para volver a su vicio. Conchi y yo seguíamos hablando con Sergio.

Cuando al fin conseguimos que Ana apagara el portátil y apagáramos la luz, Sergio no paraba de hablar. Estaba muy nervioso, porque ya era muy tarde para que se fuera a su casa, y no hacía más que pensar en lo que le iban a liar sus padres cuando llegara y la madre de Ana a ella. Así no había ni Dios que pudiera dormir.

Conseguimos que Sergio dejara de pensar en eso, pero empezó a pensar el algo peor. Primero con lo de la lucecita azul de la tele, que empezó a darnos miedo y nos pegamos más a el. Y con eso del miedo empezaron a contar historias de miedo.

- Yo me acuerdo, que en mi otra casa, una que era así como antigua, pasaban cosas muy raras. Un día, por ejemplo, estaba mi hermano durmiendo y empezó a notar que le tocaban los pies. Y más que tocarle los pies, más que tocarle los pies. Él se creía que era mi hermano, el otro, y le empezó a decir “Para ya, teto” y “Que pares ya” hasta que mi hermano, que estaba en la otra habitación, vino porque oyó su nombre, y le dijo que en la habitación no había nadie, que estaba él solo.

Nos pegamos a Sergio más todavía. Que mal royo. Ahora estábamos todos con un cojín encima de los pies. Como si no fuera bastante con una historia de miedo, Conchi fue a hacer su aportación.

- Pues mi padre una vez, estaba en la casa de su amigo, que tenía un bebe chiquitillo. Le había regalado un piano de esos de niños pequeños, pero como era muy pequeño todavía pues lo habían puesto encima del mueble para que no lo cogiera. Cuando estaban viendo la tele empezó el teclado a sonar. Pero solo. Y mi padre viendo como las teclas de hundían solas y sonaban.

Estuvimos así hasta las cinco, cinco y media, y fue peor todavía cuando vimos que Ana tenía un mueble lleno de muñecas de porcelana. A cada historia que contaban Sergio y Conchi, nosotras nos pegábamos a Sergio. Ana le cogió un brazo y se tumbo a un lado de él en el sofá, por dentro. Conchi le cogió el otro y estaba sentada en el reposabrazos del sofá. Y yo, viendo que Sergio no tenía más brazos, puse la cabeza en sus abdominales. Después Conchi empezó a subirle la camiseta y eché la cabeza un poco para el lado para poder ponerle la mano en la tableta. Estaba bueno.

Entonces Sergio hizo algo que nos congeló el corazón a Conchi y a mí. Abrazó a Ana por detrás, y le dijo “Ay, mi chiquitilla”… En ese momento se me paró el tiempo. Mire hacia arriba, y aunque estaba oscuro, vi a Ana con una sonrisa de oreja a oreja, y vi a Sergio mirándola con cariño. Me estremecí. Me dolía por dentro. Tenía la sensación de que en cualquier momento vomitaría mi propio corazón y dejaría de sufrir de una vez. Conchi estaba un poco apoyada en mi y la sentí estremecerse también. Recordé que aquí no era yo la única que sufría, y eso no me hacía sentir exactamente bien.

A partir de ese momento de la noche, Conchi y yo no pudimos hacer más que acumular rencor hacia Ana, por envidia pura, aunque buscábamos excusas. Él no nos quería. Nunca iba a hacerlo. No era tan fácil de asimilar, teníamos que echarle la culpa a alguien.