martes

Cap.12 Miedo

Ya eran las 4 y media. Conchi y yo nos estábamos cayendo de sueño. Ana seguía con el portátil, ya que después del juego vio luz verde para volver a su vicio. Conchi y yo seguíamos hablando con Sergio.

Cuando al fin conseguimos que Ana apagara el portátil y apagáramos la luz, Sergio no paraba de hablar. Estaba muy nervioso, porque ya era muy tarde para que se fuera a su casa, y no hacía más que pensar en lo que le iban a liar sus padres cuando llegara y la madre de Ana a ella. Así no había ni Dios que pudiera dormir.

Conseguimos que Sergio dejara de pensar en eso, pero empezó a pensar el algo peor. Primero con lo de la lucecita azul de la tele, que empezó a darnos miedo y nos pegamos más a el. Y con eso del miedo empezaron a contar historias de miedo.

- Yo me acuerdo, que en mi otra casa, una que era así como antigua, pasaban cosas muy raras. Un día, por ejemplo, estaba mi hermano durmiendo y empezó a notar que le tocaban los pies. Y más que tocarle los pies, más que tocarle los pies. Él se creía que era mi hermano, el otro, y le empezó a decir “Para ya, teto” y “Que pares ya” hasta que mi hermano, que estaba en la otra habitación, vino porque oyó su nombre, y le dijo que en la habitación no había nadie, que estaba él solo.

Nos pegamos a Sergio más todavía. Que mal royo. Ahora estábamos todos con un cojín encima de los pies. Como si no fuera bastante con una historia de miedo, Conchi fue a hacer su aportación.

- Pues mi padre una vez, estaba en la casa de su amigo, que tenía un bebe chiquitillo. Le había regalado un piano de esos de niños pequeños, pero como era muy pequeño todavía pues lo habían puesto encima del mueble para que no lo cogiera. Cuando estaban viendo la tele empezó el teclado a sonar. Pero solo. Y mi padre viendo como las teclas de hundían solas y sonaban.

Estuvimos así hasta las cinco, cinco y media, y fue peor todavía cuando vimos que Ana tenía un mueble lleno de muñecas de porcelana. A cada historia que contaban Sergio y Conchi, nosotras nos pegábamos a Sergio. Ana le cogió un brazo y se tumbo a un lado de él en el sofá, por dentro. Conchi le cogió el otro y estaba sentada en el reposabrazos del sofá. Y yo, viendo que Sergio no tenía más brazos, puse la cabeza en sus abdominales. Después Conchi empezó a subirle la camiseta y eché la cabeza un poco para el lado para poder ponerle la mano en la tableta. Estaba bueno.

Entonces Sergio hizo algo que nos congeló el corazón a Conchi y a mí. Abrazó a Ana por detrás, y le dijo “Ay, mi chiquitilla”… En ese momento se me paró el tiempo. Mire hacia arriba, y aunque estaba oscuro, vi a Ana con una sonrisa de oreja a oreja, y vi a Sergio mirándola con cariño. Me estremecí. Me dolía por dentro. Tenía la sensación de que en cualquier momento vomitaría mi propio corazón y dejaría de sufrir de una vez. Conchi estaba un poco apoyada en mi y la sentí estremecerse también. Recordé que aquí no era yo la única que sufría, y eso no me hacía sentir exactamente bien.

A partir de ese momento de la noche, Conchi y yo no pudimos hacer más que acumular rencor hacia Ana, por envidia pura, aunque buscábamos excusas. Él no nos quería. Nunca iba a hacerlo. No era tan fácil de asimilar, teníamos que echarle la culpa a alguien.

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