domingo

Cap.9 Feliz cumpleaños, Ana


Una fiesta en la piscina de Huércal. Yo no pude ir por temas de mujer, se me entiende, ¿no? Pues bien me perdí la cara de Ana y Conchi al verle allí, me perdí estar en la piscina con él y creo que me entendéis si os digo que no quiero hablar más de esto.

Llegaron a casa de Ana y me llamaron para que fuera. Allí solo estaban el nuevo “más que novio, complemento” de Ana, Jaime, un amigo de Jaime y Conchi. No era gran cosa la fiesta.

Comimos con una barbacoa y estuvo bien la verdad, todo fue risas y cachondeo. Hasta que llamó Sergio. Las únicas tres niñas presentes huimos como cohetes hacía el baño y nos encerramos.

No recuerdo muy bien la conversación, porque en la mayoría de partes yo estaba arriba, vigilando a las bestias que reinaban en el terrado y el reproductor de música, lo que en realidad me gustaba, ponían buenas canciones.

El caso es que, cuando se fueran, Sergio iba a venir. Si, iba a venir. Al fin le iba a ver. Iba a estar aquí. De noche. Aquí. A saber hasta qué hora, ya que Conchi y yo nos quedábamos a dormir. Nuestros corazones iban a mil por cada minuto que pasaba.

Tuvimos que aguantar unos minutos más con los bestias de arriba. Hubo una guerra de salchichas, con su respectivo parecido, y la verdad fue muy divertida. Pero nosotras estábamos como en otro mundo. Nos reíamos, si, y a lo mejor si tenían suerte participábamos y todo. Peo nuestra cabeza no hacía más que imaginar la cara de Sergio. Sus ojos azul cielo con su mirada tan hipnotizante. Sus labios, sonriendo, como siempre. Luego pasaban a su cuerpo, sus abdominales, no estaba bueno, no. Era lo siguiente, era perfecto.

Los veinte minutos nos parecieron hora pero al final se fueron.

Era el momento.

Cogimos el móvil, y con el poco saldo que quedaba, mandamos un mensaje, dos palabras: “Ven ya”. Como respuesta al mensaje, una llamada que realmente sobraba para preguntar, con su voz un poco ronca, si eso era que queríamos que viniera ya. Después dicen que entienden bien cuando les dices las cosas sin indirectas.

A los cinco minutos que parecieron horas, nos abalanzamos las tres contra la puerta, y allí estaba él. Tan hermoso como siempre, incluso más. Sonriendo, un poco avergonzado ante nuestras miradas sin disimulo. Era perfecto, sí. Sin duda.

La madre de Ana lo dejó quedarse, a pesar de ser las 11 de la noche, con nuestra excusa de que venía a ver una película que después no llegamos a ver.

Allí estábamos, los cuatro solo en el salón, encima de un colchón hinchable y dos sofás, hablando de cosas normales y corrientes. Se hicieron las doce. Sergio se levantó del sofá y dijo que tenía que irse. Yo creo que en ese momento nuestras mentes se cordinaron a la perfección, por las tres paso la misma frase.

Ahora no.

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